06 junio 2013

Espejo irreal


La historia de un grito puede ser corta, larga, desgarrada... Pero la angustia, como Sancho a Don Quijote, es la que le proporciona la cordura. Conceder alma a un aullido, a un lobo que sin voz, aúlla a la Luna reflejada en un lago sin agua.

La quietud del alma se da ante una vida insulsa, en donde la única duda se tropieza con qué comer y cuándo dormir…

Pienso, después de haber leído que “tenemos aproximadamente los ojos cerrados la mitad de nuestra vida”, que sólo merece la pena vivir una de las dos partes. La que no hablas, ni molestas, ni sientes dolor, ni consumes, ni casi existes… sólo de párpados hacia adentro. Soñar es el dolor que cura, la realidad pintada, el principio borroso con final fluctuante.

Cuando salen las lágrimas calientes es porque ya has vivido bastante en este infierno. Las llamas te han azotado lo suficiente como para brotar ceniza de tus ojos y decides que ya está bien; ya está bien…

El miedo de vivir nos empequeñece, el miedo a sentir nos congela, el miedo… El miedo inhibe la duda, y yo hay noches que no dudo de nada.

Sólo somos una coma en una historia que no tiene principio ni fin.

2 comentarios:

  1. Me he visto demasiado reflejada en esta entrada como para añadir nada más. Supongo que puede parecer de locos o suicidas no dudar de nada esas noches, pero si no te suicidas en este caso estás dejando a un lado la vida.

    ResponderEliminar
  2. Totalmente de acuerdo, Cath. La vida de párpados hacia adentro es demasiado difícil...

    ResponderEliminar