16 abril 2013

Hojas en el viento



No es verdad que el horizonte sea una línea en un trozo de papel, es un momento robado. El sonido de la memoria es chapotear con arcos de violín y cuerdas de miel en una charca, y conjugar un sonido en infinitivas vibraciones verbales.

Si las bocas de los besos recibidos son estigmas, que me claven en una cruz tallada en ramas de canela y me hundan clavos de azúcar tostada en los párpados; instaurar la saliva como religión, evangelizar a través de los labios. Sin palabras ni pestañas.

Las punzadas de un silencio tan sutil como un alfiler untado en barniz se cuelan entre las olas de un atronador océano, el cual siento más soñado que real. Una nota de un piano mecida entre una gota de vaho se precipita palpitante hasta mi boca… Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el mar.

La reiteración de un corazón que bombea mentiras acaba por desangrarse. Supongamos que el corazón es la mentira y éste da vida a una verdad que fluye, ¿no sería entonces la presa artificial que restringe a un río libre? Es entre ése témpano de hormigón oscuro donde se dibuja una cicatriz de luz que dice: “Morirán de sed la sinceridad y el amor y sólo quedará un desierto al que llamarás imaginación”.

Ayer moría de sed. Hoy creo que encontraré agua. Mañana, volveré a imaginar mi libertad.

03 abril 2013

Azúcar y azufre


Sería injusto que fuese descrito como voz. Apenas fue un tono por encima de una sutil brisa de otoño. Susurros de caramelo y ámbar. Un suspiro tras otro tejían a diversas velocidades un ovillo de deseo y lujuria, todo se reducía a deshacerlo y rehacerlo de nuevo, una y otra vez… Hasta que se hilaba un gran gemido y la aguja se fundía entre dos bocas; un punto y seguido de un trenzado en donde el tiempo tenía prohibido existir.

El recuerdo de un sabor, un olor o un sonido tienen una función en el lapso que constituye una vida. Es algo que aprendí aquella noche, tenemos cinco sentidos; y tres le pertenecen.

Los surcos de unos labios inolvidables se abren paso en mi mente, rozan su puerta, ésta emite un leve chirrido y… les recibe mi imaginación. No lo entiendo. ¡Yo antes vivía ahí! Todo fue un error en el sistema nervioso, una droga, un vicio que ralla lo sobrenatural y que me posee a cada hora, a cada instante. Los sueños me han robado la vida.

Holograma de azúcar y azufre en donde sólo puedo saborear su dulzor pero no lo amargo. No percibo dónde empieza la luz y dónde acaba la oscuridad, aquí dentro todo es de colores. Cielos azules con alas que raptan a verdes bosques mientras los amarillos de las fuertes corrientes de viento chocan contra las rocas púrpuras y hacen saltar chispas granates, todo ello cubierto de unas nubes grises cargadas de lluvia naranja.

La única coincidencia, idéntica a ambos lados de la puerta, es el color de las nubes.

Hubo un día en que creí que volvía a existir. Miré dentro de mi alma y, entre un lánguido atardecer, vi un ángel postrado entre una intensa bruma. Parecía inundar de silencio un grito de luz que retumbaba en mis labios, haciéndolos vibrar de frío. Fue un beso. Uno de verdad.

Cuando quise mirar a la luz de sus ojos, ya era de noche.

Nunca antes me había dolido soñar, no tener el control de mi realidad. Recuerdo que pensé que ya no podía sentir más, que ya no podía temer más. Moría mi alma. Pero sus labios volvieron a mi boca. Creí que iba a despertar en cualquier momento, después de tanto soñar, aquello no podía ser real… Sus labios regresaron y yo estaba más despierto que ningún día de mi vida.

Cuando se gastó la cera, la llama de la vela se apagó. Cogí el folio en donde había dibujado unos luctuosos labios de colores y lo besé. Tras acariciar el lomo de mi gato, que se encontraba jugueteando con un ovillo de lana, ya casi deshecho por sus fauces, salí de aquella habitación. La esencia de los hilachos quemados y la aromática cera derretida quedó tras de mí, extinguiéndose poco a poco, como un efímero perfume evaporando una insípida realidad.


Moriré por siempre.