No es verdad
que el horizonte sea una línea en un trozo de papel, es un momento robado. El
sonido de la memoria es chapotear con arcos de violín y cuerdas de miel en una
charca, y conjugar un sonido en infinitivas vibraciones verbales.
Si las bocas
de los besos recibidos son estigmas, que me claven en una cruz tallada en ramas
de canela y me hundan clavos de azúcar tostada en los párpados; instaurar la
saliva como religión, evangelizar a través de los labios. Sin palabras ni
pestañas.
Las punzadas
de un silencio tan sutil como un alfiler untado en barniz se cuelan entre las
olas de un atronador océano, el cual siento más soñado que real. Una nota de un
piano mecida entre una gota de vaho se precipita palpitante hasta mi boca… Debe
haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el
mar.
La
reiteración de un corazón que bombea mentiras acaba por desangrarse. Supongamos
que el corazón es la mentira y éste da vida a una verdad que fluye, ¿no sería
entonces la presa artificial que restringe a un río libre? Es entre ése témpano
de hormigón oscuro donde se dibuja una cicatriz de luz que dice: “Morirán de
sed la sinceridad y el amor y sólo quedará un desierto al que llamarás
imaginación”.
Ayer moría
de sed. Hoy creo que encontraré agua. Mañana, volveré a imaginar mi libertad.