No hay mayor sed que la de la venganza. Pero en vez de
saciarla con agua, imagina satisfacer esa ansiedad de semblante infinito con un
almíbar épico, clamoroso. La ceniza que esculpía la tierra de pululantes
rojizos reflejaba en el cielo nocturno el nacimiento de un nuevo color: el
carmesí enlutado.
Sosteniendo entre sus manos el último trozo de historia
en forma de espada, el cordón astillado que separaba a la Tierra de su
extinción absoluta dependía de él, de permitir que su odio envainase a la esperanza.
Pues en sus ojos se hallaba el fuego que habría de quemar los irrevocables
fragmentos sembrados por el humano. Hundirla en su carne. Voltear el orgullo
que de sangre llenó un mundo del que antes sólo brotaba agua. Lo miró a los
ojos como quien sabe que está observando al último ser de una raza, con cierto asombro
y una pizca de regocijo. Eso ínfimo que sollozaba era sólo un trozo de él mismo
al borde de su extinción; su propia extinción.
El redundante zumbido de una expresión sin sentido vibró
en su afilada hoja. “Lo siento”, como un aire moribundo, fétido. Cuando una
disculpa huele mal es que detrás de ella sólo hay mierda.
Incansable, la batió una vez más contra su endeble torso.
El último sonido de una especie fue el chasquear de un esternón, como cuando
cae un árbol y se tronchan las ramas de una fertilidad destinada a servir como
leña. La madera que hoy arde muerta estuvo viva en el olvido.
¿El mundo que habitamos crece como el árbol que nace
olvidado?
Siembra semillas si sabes por qué las entierras, siembra
cuchillas si no quieres saberlo. Así sólo nos quedarán dos opciones cuando recojamos
lo que antaño plantamos…
Quizá no estemos
hechos de sangre sólo porque sea un compuesto esencial que nutre nuestros
cuerpos, si no que somos de sangre porque sangramos, nos cortamos, sufrimos y
ése sea el fruto de la vida.
El fino hilo de agua dulce que sacia a una montaña, a las
raíces que la sostienen y la fina ralladura de un río, que es la lluvia
espolvoreada que endulza a bosques, montes y parajes de perennes tonalidades. Sólo
la imaginación es libre. Imagina que tienes vida. Imagina que eres creador de
tu imaginación y que la única condición es no crear sobre lo que ya esté
creado. Imagina ser imaginado.
Cuando el hecho de ver ya no tenga ningún sentido para ti
sabrás que la sangre no es roja, que su color, en realidad, siempre fue el
carmesí enlutado.